EN EL LÍMITE DE LOS DISTRITOS DE BARRANCO Y CHORRILLOS
A José Gálvez y Julio Ramón Ribeyro
MI BARRIO NO TIENE ESQUINAS y es probable que nunca las tenga. Tiene, sin embargo, un malecón anónimo y un parque de mentira. Fue en el malecón que descubrí que el mar respiraba y que casi siempre está de mal humor. En el parque, descubrí que la noche era tuerta y que algunas veces acostumbra sonreír.
Confieso que a mí siempre me gustó más el malecón. Por eso puedo pasar horas contemplando el litoral, ver a los pescadores trabajar en sus dubitativas lanchas, a los bañistas jugar en la arena y zambullirse después bajo las olas, y a las gaviotas perderse en el callado horizonte.
Aunque de noche las cosas cambian significativamente: en lugar de bañistas las playas acogen a inexpertos amantes, los edificios compiten por ver cuál es más alto, el morro muestra su inapelable filiación religiosa y las horas se tornan torpes, y por ello, más lentas.
Recuerdo que el poeta Rafael de la Fuente Benavides respondió la carta de una acuciosa investigadora que pretendía informarse acerca de él y no del personaje apodado Martín Adán: “Si quieres saber de mi vida/ vete a mirar al mar”. Sí, éste mar que sigue siendo el mismo, y sin embrago, tan diferente. (1)
En el malecón sucumbí a los placeres del alcohol y aprendí que era posible soñar despierto, escuché por primera vez el canto de una guitarra y confirmé que había gente que confundía el significado de la palabra elevador con el de pistola. En el parque de mentira, en cambio, me sorprendió el amor una desprejuiciada noche de febrero, descubrí que los besos dolían y que podían durar más de tres segundos, y que las hormigas no son capaces de reconocer el color. Lamentablemente en el parque de mentira habita un león de piedra que obliga a sus visitantes a no permanecer demasiado tiempo en él.
En mi barrio hay casas también, y en su interior personas (como no podía ser de otra manera). A algunas las conozco más que a otras: por ejemplo a los Guerra, siempre belicosos y conflictivos, o a los Flores, inagotables en su optimismo y fe. Además, por algunas fotografías sé que de niño jugué con triciclos, pelotas y cometas, y con el pasar del tiempo he aprendido que la amistad suele ser un artificio.
Intuyo que mi timidez y torpeza son producto de la ausencia de esa esquina o esquinas que suele marcar la vida de una persona. Claro que en compensación yo tuve un malecón y un parque. Que aunque de mentira, parque al fin y al cabo.
(1) Martín Adán. Obra Poética. INC. 2º edición. Prólogo de Edmundo Bendezú. Lima, 1976.
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