domingo, 24 de octubre de 2010

































LA NOCHE DE LA LUNA

El viejo cayado descansaba junto a un enorme gato de porcelana y otras baratijas inútiles. Desde la muerte de Li había sido abandonado en aquel oscuro almacén. En otro tiempo, su brillante mango de plata se vio libre de toda mácula, luminoso. Li fue el gobernador de la región de la Luna y cuentan que llegó a tener seiscientas concubinas. Su prole se extendió durante siglos y todavía hoy es posible hallar algún descendiente suyo. En la estación del fuego era azotado por terribles pesadillas: “El umbral, el umbral” era lo único que repetía entre ensueños. Combatió contra los paupérrimos en el estrecho de la arena y libró a su pueblo de los embates de las pestes. A los trescientos siete años su pensamiento se volvió ecléctico, y junto Chan, el menor de sus nietos, emprendió la construcción del palacio en el que pasó los últimos años de su vida.

El viejo cayado parecía sonreír mientras lo observaba.

viernes, 15 de octubre de 2010


























Don Mario Vargas Llosa y yo

UNO

Tenía trece años, lo recuerdo bien. En la biblioteca/estudio de la casa en la que ahora vivo, mi tío Bartolomé atesoraba varios de los libros que años más tarde heredé. Uno en particular, de tapa dura y tamaño diferente, llamó mi atención una fría mañana de invierno. Al revisarlo descubrí que en su interior habían fotografías en blanco y negro que parecían guardar relación con la historia que en él se contaba. Era la primera vez que tenía un libro como ese entre mis manos. Lo cerré y devolví a su lugar. Acto seguido, camuflé en uno de los cerros de periódicos y revistas que se levantaban como columnas en toda la habitación, los dos ejemplares de Playboy con los que me había entretenido – apresuradamente - minutos antes. El libro se llamaba Los cachorros y su autor Mario Vargas Llosa.

DOS

Coquito Fernández sugirió correr unas campanitas en La Herradura antes de retornar al barrio. El Huayco había pagado, pero la gente – como siempre – quería sacarle el IGV al domingo. Habremos llegado a eso de la 5:00 p.m. Aún habían bañistas descansando en la arena y algunos automóviles estacionados en el malecón. Mientras me ponía el wetsuit, todavía húmedo, una pareja que parecía haber salido de una película de los años cincuenta descendió de un lujoso automóvil. Ambos caminaron unos metros y se detuvieron a contemplar el atardecer. Parecía que compartían algunas impresiones. “Mira, aquel señor es el escritor Mario Vargas Llosa, y la mujer a su lado, su esposa Patricia”, le comenté a mi brother Ernesto Byrne quien también luchaba con su wetsuit húmedo.

TRES

Levanten la mano los que han leído Los cachorros, pregunté notoriamente emocionado. Nadie levantó la mano. Bueno, La ciudad y los perros. Nadie levantó la mano. ¿La casa verde? Nadie levantó la mano. ¿Conversación en la catedral? Nadie levantó la mano. ¿La guerra del fin del mundo? Nadie levantó la mano. ¿La tía Julia y el escribidor? Nadie levantó la mano. ¿El pez en el agua? Nadie levantó la mano. ¿Cartas a un joven novelista? Nadie levantó la mano. ¡No puedo creer que ninguno de ustedes haya leído a Mario Vargas Llosa!, increpé. Alguien por allí respondió: “En quinto de secundaria leí un cuento de Los jefes, profesor Oscar”.

Aquella mañana, la Academia Sueca había otorgado el premio Nobel de Literatura al escritor peruano Mario Vargas Llosa.