viernes, 6 de agosto de 2010















 
Do and Share (1)


Fue a mediados de 1991, en uno de los tonos (2) que los estudiantes del colegio militar Pedro Ruíz Gallo solían organizar en el CIM, que conocí a Paola Matallana. Por entonces mi rutina consistía en trotar muy temprano por el circuito de playas de la Costa Verde, levantar pesas, ver videos de tabla (los surfers que la rompían eran Magoo, Fletcher, Nikaido, Ozzy, Curren, Carroll, Slater, Omar Renteros y “Muelas”) y hacer la tarea cuando no quedaba otra opción. De Paola sabía que la conocían como La huevito, debido a que a su hermano le decían El huevo. Graciosa - las chicas con pecas siempre me han parecido graciosas - pequeñita, alegre, y dueña de una anatomía espectacular, después de un par de citas clandestinas y del hoy desaparecido “Quieres estar conmigo”, Paola se convirtió en mi enamorada. Nuestra relación duró solo tres semanas y estuvo marcada por los atardeceres frente al mar de Chorrillos, exactamente en el malecón Costa Sur, la música/rugido de las olas, la complicidad de la luna, las caminatas nocturnas por las mismas calles: Pastor Sevilla, Alfredo Silva, Daniel Urrea y Darío Torres, y las amigables interpretaciones de Rosemarie, la única violinista que he conocido y padecido hasta el día de hoy. Pero como digo líneas arriba, la relación sucumbió a las tres semanas (maldición de la que logré librarme luego de 10 años, siendo estudiante de la Facultad de Ciencias y Artes de la PUCP). Y si bien fui yo quien decidió terminar - a diferencia de Paola que conocía hasta a mi perro Harry, yo jamás pisé su casa - pactamos decir que había sido un acuerdo de ambos (para un adolescente esos detalles son fundamentales). Contra todo pronóstico pues nunca fui estudiante de una “Pre” (3), ingresé a la universidad a la primera y no volví a saber de Paola más. Para 1993 me había convertido en un huraño ratón de biblioteca que había cambiado el mar, el surf y a sus amigos, por la filosofía (mis autores favoritos eran Demócrito de Abdera, Platón, Locke, Séneca, Cioran, Nietzche, José Ortega y Gasset, Bertrand Russell, Teilhard de Chardin, Emmanuel Mounier, Paul Valéry, Jesús Mosterín, Gustavo Gutiérrez y Augusto Salazar Bondy), el cine de autor, la nueva trova cubana, el jazz, la pintura, la poesía, y el smog de las avenidas/jirones Colmena, Quilca, Abancay, Chota y la Plaza San Martín. Pero por esas cosas del destino (o devenir) Paola me buscó una tarde de ese mismo año para que la ayudara en el análisis de un libro, tal vez de Bryce Echenique o Vargas Llosa, solicitud que acepté en el acto. Mi chata seguía igual de linda, pero yo andaba demasiado metido en mis rollos existenciales como para proponerle vernos de nuevo. Tal vez por ello, y terminada mi chamba, no volví a saber de ella nuevamente. Han pasado quince años desde que vi y hablé con La huevito por última vez. Imposible resumir las cosas que he enfrentado en todo ese tiempo (tampoco viene al caso pues de lo que se trata es de escribir de Paola y no de mí), pero si de algo creo estar seguro es de mis recuerdos, buenos y no tan buenos, y en ellos Paola ocupa un lugar especial. “El primer amor nunca se olvida”, reza un añejo refrán castellano. Y a pesar de odiar los lugares comunes, debo reconocer que en este caso no soy la excepción. Faltaba más. Este “Testi” (4) es una quimera, pero también una nueva declaración de amor, como cuando te pregunté si querías estar conmigo y tú respondiste que sí. Y lo he colgado en mi HI5 porque a ti no te ha dado la gana de aceptarlo, my beautiful shorty. Veamos cuan cierto es que has leído a Bryce Echenique. Apago mi PC. (viajar en Combi (5) me ha permitido descubrir la columna del Búho, en el diario El Trome). ¡Arriba Alianza, carajo!


(1) 01/09/2008
(2) Tono. Fiesta
(3) Pre. Academia de preparación para ingresar a la universidad
(4) Testi. Testimonial
(5) Combi. Vehículo de transporte público en el que la vida de sus pasajeros no vale nada.


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