miércoles, 15 de diciembre de 2010

















PUNTO CRUZ: EL EFECTO VARGAS LLOSA

                        “Cuando niño mis padres creían que yo era un genio”. Lizardo Cruzado


Soy del malecón Costa Sur, el tercer lugar más lindo de Lima después del Puente de los Suspiros y el Olivar de San Isidro. Mi padre perteneció al Servicio de Inteligencia Nacional y realizó labores de contraespionaje en las embajadas de Perú en Chile y Ecuador entre los años 1966 y 1974. Fue marino. Una tarde, después del trabajo, hizo sus maletas, enrolló algunas alfombras persas, cogió un par de floreros de cristal checoslovaco y se marchó para no volver nunca más. Mi hermano mayor tenía cinco años, yo tres y mi hermana menor no llegaba a los dos. Por eso siento un orgullo especial cuando confieso que todo lo que fui, soy y espero ser se lo debo a mi madre, una abnegada profesora de educación inicial que trabajó veinticinco años para el Estado. A pesar del terror y las limitaciones que padecimos todos los que vivimos en el Perú en la década de 1980, mi niñez fue feliz. Creí en el dios de los católicos hasta los quince años. A la lectura le debo haberme librado de ese mal congénito que tanto sufrimiento le ha causado, y continúa ocasionándole, a la humanidad. De mi paso por la escuela - educación primaria y secundaria – solo guardo el recuerdo de los campeonatos de fútbolito que se realizaban a la llegada de la primavera, las actuaciones de Fiestas Patrias en las que mi hermano y yo nos robábamos el show, la fiesta de quince años que una compañera de apellido Paredes organizó en el restaurante “La Isla del Paraíso”, y los nombres de tres mujeres particularmente hermosas: Viviana Miglia, Adriana Alfageme y Andrea Gabaldoni. Los cimientos de mi educación musical y literaria se los debo a mi tío Bartolomé, un exseminarista que fue obligado a abandonar el colegio mayor de San Francisco de Guadalupe, en Arequipa, para asumir el rol de paterfamilias cuando mi abuelo murió. A mi tía Marcela, arequipeña de las de antaño, profesora que trabajó treinta años para el Estado, le debo mi fascinación por las mujeres bellas, inteligentes y de pésimo carácter. Fui lobo rampante a los nueve años (según el jefe de mi grupo, el más joven del Perú). A los doce renuncié al movimiento scout. A los trece me paré por primera vez en una tabla hawaiana, una Wayo Whilar 6.3. Debuté sexualmente en Chile, en un burdel A – 1, a los dieciséis años. Defendí los colores del Centro Iqueño de Ica, Los Molinos de Barranco y el colegio María Reina. Hasta el día de hoy conservo a mis amigos de mi niñez/adolescencia: Miguel Ángel Vega Venegas, Ernesto y Dante Byrne Charún, David Ojeda Flores, “Coco” Fernández León, Francisco Silva Calderón y César Gálvez Pardavé. He sido estudiante de la Facultad de Teología, Pontificia y Civil de Lima, la Facultad de Educación de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, y de las Facultades de Educación, Psicología y Ciencias y Artes de la Comunicación de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Han sido mis maestros los pedagogos Elías Castilla Rosa–Pérez, Teresa Cisneros Gallo, Elizabeth Flores Flores, Juana Pinzás García y Giovan Maria Ferrazzi; los literatos César Toro Montalvo, Óscar Coello Cruz, Graciela Briceño, Ricardo González Vigil, Abelardo Sánchez–León Ledgard y Antonio Cisneros Campoy; los lingüistas Íbico Rojas Rojas y José Cárdenas Bunsen; los filósofos Guisele Velarde La Rosa, Fernando Manrique Manrique, Federico Camino Macedo y Eduardo Lores La Rosa; y los musicólogos Chalena Vásquez y Fernando De Lucchi Fernald. En el año 2003 viajé becado a Madrid por la Fundación Carolina de España para realizar un Máster en Dirección de Centros Educativos. Cinco de las experiencias más maravillosas que viví en España fueron ver a Sara Baras en una adaptación excepcional de Mariana Pineda de Federico García Lorca; escuchar a Jerry González acompañado de los Piratas del flamenco en el bar Cardamomo; contemplar extasiado El jardín de las delicias del Bosco en el Museo del Prado; ver al Atletic de Madrid de Burgos, Coloccini, Silva y el “Niño” Torres en el Vicente Calderón; y leer a José María Eguren, una tarde de abril, en el Park Well. Tuve un Wolkswagen escarabajo, brasilero, del 78, que vendí en 1999 porque nunca tramité mi brevete y muchas veces me quedé dormido mientras conducía de retorno a mi casa. Hubo un tiempo en el que fui capaz de leer un libro diario. Mi biblioteca personal supera los mil quinientos volúmenes, de los cuales ciento ochenta son de poesía peruana contemporánea. Soy gonzalezpradista. Desde el año 2007 trabajo como docente de “Corte y confección” en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad César Vallejo de Los Olivos, lugar donde también ejercí el cargo de secretario académico durante dos años y conocí a don Dennis Vargas Marín, un jefe de lujo. Antes trabajé en los colegios Alpamayo, Liceo Naval Almirante Guise, Mártir José Olaya y Lord Byron. He sido director de una revista de literatura, “Tránsito”, y soy autor de un poemario, “Corredor Insular”. Tengo un blog: www.ellaboratoriodelos1000cerebros.blogspot.com. Creo en D10S, Miles Davis y el maestro Joaquín Rodrigo. Deseo morir a los sesenta y un años, pesando sesenta y cuatro kilos, luego de haber disfrutado de una sesión inédita en La Herradura y haberme despedido con un beso de mis hermanos Ricardo y Gaby, mi cuñada Yolanda, y de Daniela Chaves Cuzzi. Soy dragón, del año 1976. Lo demás, parafraseando al poeta Jorge Pimentel y Vásquez, “Es Palomino”.









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