viernes, 25 de junio de 2010







































                            UR - AR


                                          Para mi amiga y colega Daisy Sánchez Bravo


CUENTAN QUE HACE MUCHO TIEMPO, en los albores de la humanidad, existió una región habitada por hombres y mujeres que vivían aguardando la llegada de la luna; ya que para esos hombres y mujeres la presencia de la luna significaba la oportunidad de bailar, celebrar, y olvidarse por unos días de los pesares y tristezas que las labores cotidianas les hacían padecer.

Y SIEMPRE que en el extenso cielo de esa remota región  - que se hallaba además rodeada de grandes montañas y fértiles valles - se veía aparecer ese hermoso ojo de la noche que es la luna, la alegría y felicidad que aquellos hombres y mujeres sentían era también compartida por los osos, venados, conejos y demás criaturas que habitaban aquella enigmática y escondida región.

MAS OCURRIÓ que un día, y debido a razones que jamás llegaron a pronunicarse, a muchos de esos hombres y mujeres ya no les interesó más aguardar la llegada de la luna. Y conforme eso fue sucediendo, la alegría que los demás seres vivos compartían con ellos también se fue extinguiendo. Mas aquellos hombres y mujeres que no se cansaron nunca de esperar que la luna apareciera, aprendieron a reconocerse porque utilizaban un lenguaje especial, y porque sus risas y el brillo de sus ojos eran tan puros, como la luz de la luna que secreta e intensamente esperaban.

EN OCASIONES me sucede que creo haber sido uno de esos hombres que no se cansó nunca de aguardar la llegada de la luna. Y creo recordar también que siempre que aquellos hombres y mujeres nos encontrábamos, compartíamos una alegría especial, conversábamos muchos sobre nuestras vidas, y no nos cansábamos de prometernos protección y fidelidad eternas (debido al secreto que ahora sólo nosotros compartíamos). Y que me invadía una indescriptible emoción al reconocer entre esos hombres y mujeres a una hermosa jovencita a quien llamaban UR, con quien aprendí - entre otras cosas - a caminar cogido de la mano y a no pronunciar palabra alguna cuando se está frente al ocaso de un encendido y luminoso atardecer.


PANDO, Facultad de Educación de la PUCP. Junio del 2000.

sábado, 19 de junio de 2010
















































































Ser poeta es permisible hasta los 25 años.
Después eres loco, hombre peligroso, mátenlo.
Hemos asumido la adolescencia con adultez y la
niñez la hemos olvidado. En este país la muerte
es nuestra mejor amiga y hasta quiere rimar la
esperanza. Llevo tiempo en el oficio y como diría
mi compadre Manuel Morales, ser poeta en el Perú
no se lo recomiendo ni a Superman. Dos palabras
me resumen todo, absolutamente todo; tengo miedo
y hay que luchar. Lo demás es Palomino.




BALADA PARA UN CABALLO

Por estas calles camino yo y todos los que humanamente caminan
por esencia me siento un completo animal, un caballo salvaje
que trota por la ciudad alocadamente sudoroso que va pensando
muy triste en ti muy dulce en ti, mis cascos dan contra
el cemento de las calles. Troto y todo el mundo trata
de cercame, me lanzan piedras y me lanzan sogas
por el cuello, sogas por las patas, me tienden toda clase
de trampas, en un laberinto endemoniado donde los hombres
arman expediciones para darme caza armados con perros policías
y con linternas, y cuando esto sucede mis venas se hinchan
y parto a la carrera a una velocidad jamás igualada
por los hombres, vuelo en el viento y vuelo en el polvo.
Visiones maravillosas aparecen ante mis ojos. Y vuelo y vuelo. Mis extremidades delanteras ejercen presión
sobre las traseras y paralelamente y a un mismo ritmo
antes de asentarse en el polvo retumban en la tierra.
Relincho. Y mi cuerpo va tomando una hermosísima elasticidad
me crecen pelos en el pecho y es un pasto rumoroso
el que se ondea y es una música y es un torbellino
de presiones que avanzan y retroceden en mi vuelo. Atrás
van quedando millares de kilómetros y sigo libre. Libre
en estos bosques dormidos que despierto con el sonido
de mis cascos. Piso la mala hierba y riego mis orines
calientes, hirviendo en una como especie de arenilla.
Descanso a mis anchas, bebo el agua de los ríos, muerdo hierba
tallos, rumio. Mis mandíbulas se ejercitan. Muevo mi larga cola
espanto a los mosquitos. Los guardacaballos vigilan
desde la copa de los árboles. Caen las hojas secas.
Los días se suceden y suelo dar suaves golpes hacia la vida.
En invierno los senderos se hacen tortuosos; el fango todo lo invade.
Para el frío utilizo cabañas abandonadas, cuevas en los cerros
que me resguarden de las tormentas. Yo observo la lluvia
desde mi cueva. Cae la lluvia y todo lo moja. Con este tiempo
suelo galopar poco cuidándome de algún desgarramiento.
Muchas veces me siento solo y llego hasta los helechos
de los ríos para pensar muy dulce en ti muy triste en ti
y voy galopando bordeando el río añorando alguna yegua
que llegó a correr en pareja conmigo. A veces los niños
que vagan sueltos por las campiñas mientras sus padres
realizan tareas de recolección o labranza me montan a pelo
y solemos recorrer ciertas distancias, ganando los años,
aumentándolos. De ellos sí recibo algún trozo de azúcar.
En el verano el sol se pone rojo y se hace presente con su alegría
y los habitantes de los bosques y campos suelen saludarme
con el sombrero y con la mano. Yo les contesto con un relincho
parándome en dos patas. Y con la luz solar que todo lo invade
suelo dar golpes hacia la vida. Allí
donde mi presencia es esperada me hago realidad.
Allí donde ni un sueño se revela me hago realidad
me hago realidad en esos ojos que están cansados
de ver las mismas cosas. Y es en verano cuando la vida
se enciende y mis cascos recogen la hermosura de la tarde
y asciendo a las cumbres donde diviso extensiones
de mar de cielo de tierra.
Mi figura domina la naturaleza.
Cruza por el cielo un escuadrón de tórtolas.
Cae la noche.
Mi sombra se recobra.
Las ramas crujen.
Y por un instante pensé muy triste en ti muy dulce en ti.
Cae la noche en estos bosques, pareciera que la tierra
se difunde con la noche se prolonga se manifiesta.
Y toda la noche he ido creciendo. Y crecía y crecía
aún más aún más ¿hasta dónde crecerás?
¿No tienes miedo? No, contesté. Soy libre.
El día, el nuevo día como algo fresco se anuncia solo.
Por esta época del año suelen cruzar manadas
de caballos ahuyentados y en busca de nuevos campos.
Recuerdo que logré darles el alcance y me contaron
que lograron salvarse de una cacería emprendida
contra ellos para mandarlos a vivir a un potrero
y que luego de ser sometidos al cubo de agua
y a la alfalfa son obligados en los hipódromos
a correr distancias de 1.000, 2.500, 5,000 mts.
y no eres libre de correr sino que te dopan te colocan
descargas eléctricas, te manosean, te latigan
con una fusta despellejándote. Y así durante
un buen tiempo mientras ves acumuladas alforjas
de oro y plata. Hasta que llegue el momento de ser
sometido a la reproducción arrinconándote a una yegua
a la vista y paciencia de todos, sin intimidad
en una mañana de tinieblas y poca luz y luego
te separarán de tu yegua y potranco y pasarás
tus años inmisericorde como padrillo viejo y cuando
manques te dispararán un balazo en la sien. Ya había galopado un buen trecho con una manada
que huía despavorida y me dijeron que probablemente
para el invierno pasarían por aquí para ir más
al norte. Y se alejaron a la carrera. Yo sabía
lo que le sucede a un caballo en la ciudad. Y
por ello me mantengo alejado de ella. Pero a veces
me interno y sucede lo que tiene que suceder. Pero si yo
me revelo y persisto y amo terriblemente mis posibilidades
de realizarme en un medio donde la sociedad se mata
y permanecen odios, prefiero ser caballo. Mojaré
la tierra con mis orines calientes hirviendo con estas ganas
inmensas de vivir, para mantenernos unidos y vencer,
para no estar solo, para volvernos verdes - azules - amarillos
anaranjados - rojos y trotar hacia el nuevo aire fresco
y el campo sin límites.
Seré libre y al menos mis guardacaballos cuidarán de mí
y de mi yegua
                  y de mi potranco.



Guardacaballo: ave que habita con los caballos en el Perú.

viernes, 18 de junio de 2010




























































SI TE QUEDAS EN MI PAÍS


En mi país la poesía ladra
suda orina tiene sucias las axilas.
La poesía frecuenta los burdeles
               escribe cantos silba danza mientras se mira
ociosamente en la toilette
                                 y ha conocido el sabor dulzón del amor
en los parquecitos de crepé
                        bajo la luna
               de los mostradores.
Pero en mi país hay quienes hablan con su botella de vino
               sobre la pared azulada.
Y la poesía rueda contigo de la mano
                  por estos mismos lugares que no son lugares
para filmar una canción destrozada.
Y por la poesía en mi país
                       si no hablaste como esto
                                                      te obligan a salir
en mi país
              no hay donde ir
                                    pero tienes que ir saliendo
como el acné en el cascarón rosado.
Y ésto te urge más que una palabra perfecta.
En mi país la poesía te habla
                                  como un labio inquietante al oído
te aleja de tu cuna culeca
                 te filma tu paisaje de Herodes
y la brisa remece tus sueños
                                  -la brisa helada de un ventilador.
Porque una lengua hablará por tu lengua.
Y otra mano guiará a tu mano
si te quedas en mi país.





ARTAUD EN UN VERANO CALIENTE / ENERO
                   CIUDAD UNIVERSITARIA




              8.30 en la C.U.
Ahora sólo tengo tiempo para gritar
              en los mercados
Para cinco horas de sueño.
                              Para desambular en una lata de sardina,
                con mi eterna flacura,
                            como un escarabajo ahuyentado por la risa
y la alegría de este verano es un sol reluciente
            recién acuñado por el Banco Central de Reserva.
                           8.30 en la C.U.
8.30 / 8.30 / 8.30 / 8.30 / 8.30
                  Voy a estallar.


Enrique Verástegui. En los extramuros del Mundo. Carlos Milla Batres editor. Lima - Perú. 1971.